lunes, 9 de noviembre de 2009

Sobre Witold Gombrowicz y su manera de escribir

Hay algunos escritores cuya obra no termina de ser suficientemente conocida y apreciada por los lectores corrientes. Witold Gombrowicz es uno de ellos, (1904-1969). Un escritor polaco que arribó a nuestro país, huyendo de la guerra y se quedo durante 24 años.

Su particular modo de narración, donde se mezclan términos de distinta extracción y la dinámica de un relato que avanza, jugando con las formas, genera un estilo paródico peculiar. Deja perplejos, a menudo, a lectores que buscan entretenerse con una novela que contenga elementos más convencionales o identificables.
Un autor sospechoso por otro lado: ¿un polaco autoexiliado? ¿Un snob? ¿Un aristócrata contrario a cualquier idea revolucionaria? ¿Un campesino? ¿Un escritor diletante sin la menor intención a pertenecer? Un creador que hace de su condición de “inferioridad” y “distancia” una estética. Produciendo curiosas reacciones entre sus contemporáneos, en la segunda mitad del siglo XX, a partir de su obra donde exalta la condición de inmadurez: Ferdydurke. Muchos de los que lo leyeron se volvieron fanáticos “ferdydurkistas” y otros que se abstuvieron de frecuentar sus escritos.
Hay un libro de cuentos, que permite un acercamiento diferente al inquietante universo de este autor; con esa implacable y original posición frente a los conflictos existenciales. Es el volumen Bakakaï, publicado ya en parte en Polonia en 1933, bajo otro nombre, también cuestionado.
Su primera obra, mal recibida por la crítica, luego reeditada en 1957 tras el éxito de sus novelas iniciales; con este título exótico y genial de Bakakai (laguna de las vacas)
La edición a la que acudí, es una traducción de Sergio Pitol, destacado narrador mexicano. Y revisando una de las frases de W. Gombrowicz podemos intentar pensar el sentido (o el sinsentido) de muchos de sus cuentos:
“El lacayo maldecía su suerte, esa suerte que hacía que jamás podamos desaparecer... que, aún en contra de nuestra voluntad, sin que nuestro cuerpo lo desee, alguien puede exponernos a la vista de todos, y hacer algo de nosotros que sobrepasa nuestra capacidad”.
Entre los cuentos que figuran están:
“El banquete” es un cuento excesivo y decadente, que se podría pensar como una sátira mordaz a las noblezas europeas y europeizantes.
“La rata” es un cuento insoportable, donde la crueldad y el odio, sustentan las torturas que un juez, enfermo en su propia estrictez, aplica sobre un ladrón irreductiblemente rebelde y enamorado, que tiene una sola debilidad aprovechada por el poder: el miedo a los roedores.
“Sobre las cosas ocurridas a bordo de la goleta Branbury” es un cuento que narra una delirante navegación que conduce hacia la propia locura, entendida esta como un destino.
“Aventuras” es un cuento cuyo título es irónico, puesto que un personaje sin mayor propensión a las aventuras, se ve metido en situaciones terribles, que deberían llevarlo a la muerte, pero sin saber bien como llega a soportarlo.
“En la escalera de servicio” es un cuento trágico con ribetes de comicidad, acerca de un señor al que le atraen compulsivamente las sirvientas, más fuleras, malolientes y deformes. Entre otros.
“La virginidad”, el cuento en cuestión, tiene un lenguaje irónico, provocador y desopilante. Exponiendo, con argumentos que bordean el absurdo, una situación familiar que cuestiona las convenciones sociales, religiosas y familiares.
En él se define a la virginidad desde un punto de vista metafórico. Una mirada particular, que denota un salto desde lo anatómico a lo estructural:
“... una categoría de seres encerrados, aislados, incontaminados, separados por una tenue membrana sin llegar al fondo, son distintos de todos los que los rodean, están encerrados con llave contra la obscenidad, sellados y no se trata de una vana fraseología retórica porque es un sello tan real y válido como cualquier otro... “ (sic)
De esa pequeña particularidad corporal, nace una particular posición de la mirada con respecto a las cosas del mundo, plena de idealismo y de milagros.
Poco antes de morir, Witold Gombrowicz definía así este libro suyo:
«Cuando releo estos cuentos lejanos, advierto que hay riqueza en ellos y que vibran sorprendentes cortocircuitos. Confieso, no obstante, que en estas páginas hay un elemento morboso, repelente, repugnante incluso. Es cierto. Reconozcamos a pesar de todo, que esos contenidos repelentes pierden repugnancia al convertirse en elementos de “la forma”; su papel es funcional, obedecen a un fin superior: a la creación artística».
Alfredo Martín

No hay comentarios:

Publicar un comentario